Michelle Tuy, Directora General de LLYC Panamá
Una sola publicación falsa en redes sociales puede
costar millones. Literalmente. Así lo demuestra el informe más reciente de la
firma global LLYC, titulado “La desinformación causa pérdidas reales: cómo
blindar a las empresas frente al daño reputacional y financiero”. El estudio
alerta que este fenómeno no es futuro, ni ajeno: es un riesgo actual, tangible
y que afecta a todos los países, incluyendo Ecuador.
LLYC parte de un caso estremecedor: el pasado 7 de
abril, una publicación falsa en redes afirmaba que EE. UU. suspendería
aranceles por 90 días, excluyendo a China. En menos de media hora, el índice
S&P 500 ganó valor por 2.4 billones de dólares, solo para desplomarse al
ser desmentido el rumor por la Casa Blanca. El origen: publicaciones anónimas
amplificadas por medios sin verificación. El resultado: caos financiero global.
El problema, como señala LLYC, es que ya no estamos
ante simples rumores. Con la inteligencia artificial, la desinformación se ha
vuelto escalable, automática y mucho más persuasiva. Deepfakes, audios clonados
y noticias sintéticas son cada vez más difíciles de detectar para el ojo humano
y se propagan con una velocidad vertiginosa. Peor aún: muchas veces apelan al
miedo o al caos, lo que genera una reacción emocional inmediata y poco
reflexiva.
El informe cita datos escalofriantes: se estima que
la desinformación genera pérdidas por 78.000 millones de dólares al año en el
mundo, 39.000 millones solo por volatilidad bursátil. Pero no todo es Wall
Street. En América Latina, campañas organizadas han intentado afectar la
confianza en bancos centrales y manipular mercados cambiarios. En Reino Unido,
el 60% de los clientes bancarios estaría dispuesto a retirar su dinero tras ver
una noticia falsa sobre su banco. ¿Podría pasar lo mismo en Ecuador si alguien
difundiera un supuesto cierre de una institución financiera local con un audio
falso?
Ante este escenario, el llamado de LLYC es claro:
blindar a las empresas no es solo una acción de comunicación, sino una
estrategia de supervivencia. Las marcas deben invertir en monitoreo,
verificación algorítmica, simulacros de crisis y comunicación estratégica. No
se trata de “si” les pasará, sino de “cuándo”.
Los periodistas, tienen un rol ineludible: verificar
antes de publicar, contrastar fuentes, no amplificar rumores por likes o
primicias. Y como ciudadanos, debemos desarrollar pensamiento crítico: si una
noticia nos alarma demasiado o se propaga demasiado rápido, probablemente no
sea cierta.
En un mundo donde la percepción puede mover
mercados, destruir reputaciones o generar pánico colectivo, la verdad es más
frágil que nunca. Pero también más valiosa. Blindémonos con datos. Resistamos
con criterio. Y defendamos, todos, la confianza como el activo más valioso de
nuestra sociedad.

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